Si alguna vez te has preguntado cuál sería una bebida digna de ser nombrada el néctar de los dioses, las manos artesanales del tiempo han creado una luz que se verá impregnada en el paladar. Pues incluso el título de “único” se le queda corto tras la experiencia gustativa que dicha botella te invita a experimentar.
Con poco menos de 400 años de travesía, la historia de Chateau d’Yquem es una novela completa de eventos extraordinarios y coloridos personajes marcando su legado por más de 4 siglos. Pasando de mano en mano y cambiando su título durante la dinastía de los reyes europeos en los años de 1400, muchas veces se enfrentaron a situaciones que los orillaron al borde de la quiebra y solo fueron capaces de salir adelante gracias a la altamente reconocida “the lady of Yquem” quien, de no ser por sus habilidades para gestionar la finca en aquellos años, hoy en día no tendríamos este exquisito tesoro que era demandado por los mismos altos gobernantes, Duques y emperadores. En 1790, incluso el mismo Thomas Jefferson encargó treinta docenas de botellas de Yquem para George Washington y para él mismo.
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Dando un salto en el tiempo, en la época de 1900, la finca pasó por una nueva etapa de modernidad no teniéndolo fácil en un inicio: lidiando con una serie de malas añadas, una profunda crisis en el comercio del vino de Burdeos y un impuesto a la herencia impresionantemente alto que amenazaba la supervivencia de d’Yquem. La finca se salvó gracias a una gestión rigurosa y a la excelente añada 1975, tras tres desastrosas cosechas. Varias buenas añadas durante la década de 1980 permitieron volver a poner las cosas en equilibrio y hacer nuevas inversiones. La producción aumentó lentamente durante quince años, al igual que la calidad y la experiencia técnica. A finales del siglo XX, gracias al impulso de Bernard Arnault, Château d’Yquem, un verdadero monumento y uno de los mejores vinos de Francia, fue adquirido por LVMH Moët Hennessy-Louis Vuitton. Esto marcó un nuevo capítulo en la historia de la finca.
La perfección no es creada por accidente, por ello las 113 hectáreas de viñedo de Château d’Yquem son cuidadas y seleccionadas con un estricto estándar de los cuales solo cien producen uva en una añada determinada. El cultivo de la uva en Château d’Yquem sigue siendo muy tradicional. El fertilizante es exclusivamente orgánico y se usa con moderación. Además, solo se fertilizan 20 hectáreas al año. El mismo personal es minuciosamente seleccionado al momento de la zafra pues deben ser capaces de poder discernir de un vistazo las uvas que se deben recoger.
El vino se embotella durante el tercer invierno después de la vendimia, en las mejores condiciones técnicas posibles utilizando tapones de 54 mm, la única longitud adecuada para un vino de semejante calibre. En Yquem, la mayor parte del vino se pone en botellas de 75 cl., pero también hay muchos otros tamaños, desde medias botellas hasta muy grandes: magnums, dobles magnums (3 litros), imperiales (4,5 litros), y una edición limitada de nabucodonosor (15 litros) para la añada 2005.
Château d’Yquem posee una larga historia que contar: veinte, cincuenta, cien años, o más… Como todos los grandes vinos, Yquem se transfigura con el tiempo, desarrollando una multitud de aromas y sabores deliciosamente sutiles. Su color cambia a lo largo de los años del brillo del amanecer a la oscuridad de la noche, y de un brillante amarillo pajizo a un marrón dorado con reflejos ámbar y caramelo, y luego a caoba.
Sensual, suave, redondo, encantador, opulento… Hay infinidad de adjetivos para describir las placenteras sensaciones que procura este gran vino, y sin embargo siempre será complicado encontrar las palabras exactas para expresar con precisión la esencia de su misterio que logra quitarnos el aliento y dejarnos a la orilla de nuestros asientos después de presenciar algo extraordinario.
Fotos: cortesía.
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