Cerca de la frontera de los Países Bajos con Alemania, en la tranquila ciudad de Oldenzaal, hallarás una familia por cuyas venas corre el arte de la relojería. La historia comienza en 1912, cuando el relojero Johan Grönefeld abrió su taller junto a la basílica de San Plechelmus. Poco después de la inauguración de su taller Johan comenzó a hacerse responsable del mantenimiento del reloj de la torre, tarea que pasó a manos de su hijo Sjef tras su fallecimiento. Sus nietos, Bart y Tim, criados a la sombra del reloj de Oldenzaal, crecieron para convertirse en relojeros certificados en Suiza, y sus habilidades se complementan a la perfección. Bart posee un gusto excelente para la joyería que, combinado con el ingenio de Tim para las grandes complicaciones, ha dado paso a una nueva generación de relojes cuya belleza radica en ambos su hermosura y complejidad.
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A lo largo de su carrera conjunta los hermanos Grönefeld han creado muchas hermosas piezas de relojería, y sus diseños han ido evolucionando hasta adquirir un sello único. Hoy día su taller produce seis exclusivos modelos, así como piezas personalizadas a cual más increíble; no obstante, la joya de la casa es en definitiva el 1941 Remontoire, una auténtica obra maestra en movimiento. Nombrado por el año de nacimiento de su padre, tanto la máquina del reloj como la caja son ambas una encarnación del arte en su más fina expresión. La caja, que puede ser de oro blanco o rojo, posee una silueta como ninguna otra. Para darle forma se utilizan herramientas hechas a medida: los recesos cóncavos y superficies convexas se alternan para crear un contorno definido de gran elegancia. La maquinaria, por su parte, está inspirada en el mecanismo del mismísimo reloj de la basílica, el cual cuenta con un remontoire para asegurar que la fuerza del péndulo se distribuya adecuadamente. El mecanismo de fuerza constante de 8 segundos le confiere al 1941 Remontoire una precisión superior, así como una reserva de energía suficiente para 35 horas continuas.
Para terminar, sobre la maquinaria se coloca la carátula de plata esterlina sólida, con detalles escarchados y satinados. Una serie de relieves facetados le confieren un bello juego visual de profundidades, y, finalmente, dos hermosas manecillas de lanceta de acero pavonado completan la icónica imagen de este fino reloj. El anverso es igualmente maravilloso: como dos caras de una moneda, el fondo de la caja se encuentra cubierto con un cristal transparente que permite apreciar el mecanismo esqueletado, semejante casi a una obra arquitectónica. Cada uno de los componentes se termina a mano para asegurar su máxima calidad, y los puentes de acero inoxidable del interior recuerdan a la tradicional fachada de las casas holandesas. Estas joyas de la relojería son altamente exclusivas: la producción del 1941 Remontoire se limita a 188 piezas, cada una adecuada a los deseos de su dueño, y son sello de un gusto exquisito por lo refinado y lo artesanal.
En una región llena de historia, con gran talento y dedicación, los hermanos Grönefeld ponen en alto el nombre de su familia y el de los Países Bajos en el mundo de la alta relojería. De su perfecta amalgama de ingenio y joyería surgen diseños primorosos, perfectos por donde se los vea y llenos de carácter que conquistan a primera vista. Los relojes Grönefeld son una declaración de estilo y pasión por la artesanía, y su legado, sin duda alguna, llegará pronto a convertirse en referencia para el futuro de su arte.
Fotos: cortesía.
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